¿Yo? ¿Bombero?
Todavía me acuerdo de cuando estaba en la escuela elemental en una actividad especial en la biblioteca, donde nos preguntaron qué queríamos ser cuando grandes.
Cuando llegó mi turno, bien macho dije que quería ser bombero.
Pero en ese momento, yo no sabía qué otras opciones había.
Como te podrás imaginar, a esa edad solo conocía unas pocas profesiones: doctor, bombero, policía y maestro.
En cierta forma, era prisionero de mi limitado conocimiento sobre las opciones que podía escoger.
No fue hasta mis veintitantos que me di cuenta de cuántas profesiones y trabajos diferentes había disponibles.
Desde entonces he trabajado en tiendas, bibliotecas, mudanza, ventas de seguros médicos, supermercados, limpieza, call centers, bancos hipotecarios, telemercadeo, negocios online…
Y no, no me olvidé de poner bombero en la lista… simplemente me di cuenta de que no tengo los cojones para ese rol heroico.
El punto es que mis veintes han sido una etapa de exploración personal y profesional.
Explorar dónde terminan mis debilidades y comienzan mis fortalezas; en qué ambientes me siento más cómodo; qué tipo de trabajo disfruto hacer, qué odio… etc.
Cuando otros ven mi "resumé" o se confunden o se preocupan.
"¿No es saltar de una cosa a otra, cambiar de dirección, una señal clara de que estás perdido y no sabes lo que quieres en la vida?"
Mi respuesta: "Bueno, sí... y no."
La etapa de exploración
Creo que es muy importante buscar activamente otras alternativas, sin importar cuán seguro estés de las que ya conoces. Como mínimo, creo que uno debería mantener la mente abierta.
Piénsalo.
No creo que sea lo mismo hacer algo porque es la única opción que conoces o puedes escoger, que hacer algo porque, a pesar de otras opciones, lo eliges porque quieres.
Una es encarcelamiento, la otra es libre albedrío.
Por ejemplo, a veces cuando voy a empezar una pintura, ya tengo una idea en mente de cómo quiero que termine.
Pero de alguna manera, mientras pinto, entro en una etapa exploratoria donde las cosas se desarrollan de formas que no había anticipado.
Empiezo a ver otras alternativas para la obra que jamás hubiera podido imaginar si no me hubiera lanzado a pintar.
Y si me doy cuenta sinceramente de que esa otra alternativa es mejor, ajusto los colores y las pinceladas, aunque eso signifique que el resultado no sea exactamente como lo había pensado inicialmente, o incluso si termina siendo algo totalmente distinto.
Como con la pintura que hice llamada “Desapareciendo” , que habla sobre lo fugaz de nuestra existencia. Esta terminó luciendo completamente diferente a lo que primero visualizé, y mas sin embargo terminó siendo una de mis pinturas favoritas hasta ahora.
Por otro lado, hay otras ocasiones que sin importar cuántas visiones artísticas surjan en el camino, creo firmemente que mi visión inicial es la ganadora.
Si es así, me mantengo fiel a ella y aseguro que cada pincelada y cada color que aplico en el canvas esté enfocado en hacer realidad esa visión, por más caótico que parezca el proceso o por más tiempo que tome.
Como puedes ver, el punto en ambos casos es que quiero estar seguro de que hago algo porque se siente correcto en mi corazón, y porque surge de mi propia voluntad.
Esto significa que a veces cambiaré de dirección y me perderé un poco explorando antes de comprometerme de lleno con algo.
Como dice el viejo refrán: "A veces necesitas perderte para encontrar tu camino."
El peso del libre albedrío
Sin embargo, podrías pensar que la libertad que viene con tu libre albedrío es todo flores y arcoíris.
Lamentablemente, no es así.
Como dijo el gran filósofo Tío Ben a Peter Parker en la película de Spiderman: "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad."
Sí, gracias al libre albedrío tienes el poder de elegir, pero ahora tú, y solo tú, eres responsable de las consecuencias de tus decisiones, sean buenas o malas.
(Y sí, no elegir también es elegir: estás eligiendo no elegir).
Parado frente al vasto océano de alternativas, el primer pensamiento aparece: “¿Cuál alternativa debo escoger?”
Antes de que te des cuenta, ese pensamiento inocente te lleva a otro, y luego a otro, en una espiral incontrolable.
Cuando finalmente vuelves a ti, te das cuenta de que tienes un ataque de pánico con un poco de crisis existencial.
En ese punto, ya has perdido tu libertad, porque a pesar de todas las opciones disponibles, no puedes elegir ni una cosa ni la otra: te has convertido en prisionero de tu propia libertad, por paradójico que suene.
¿Te quedas donde estás o te arriesgas para ver qué pasa?
¿Qué si escoges una opción creyendo que es la mejor y luego resulta ser la equivocada, y ya no puedes hacer nada al respecto?
¿Qué si mientras persigues esa otra opción te das cuenta de que la primera era en realidad la mejor, pero ya no está disponible?
Peor aún, ¿qué si en tu indecisión pierdes esa oportunidad que solo se da una vez en la vida?
El libre albedrío es una responsabilidad pesada.
Por lo tanto, aunque eres libre de cambiar de dirección en cualquier momento, no eres libre de las consecuencias y responsabilidades que vienen con esas decisiones.
El canvas de la vida
Ya sea que no estés seguro de qué decisión tomar o no tengas claro cuáles opciones tienes disponibles, la manera en que algunos artistas enfrentan este problema frente al temido canvas en blanco podría darte algo de claridad.
A veces, el reto de crear algo que valga la pena expresar a través de pinceladas y colores se vuelve demasiado abrumador para el artista.
Parece haber demasiadas opciones, y paradójicamente, ninguna al mismo tiempo. "¿Qué dirección tomo?"
Los artistas menos experimentados bajarán el pincel y volverán más tarde.
Su esperanza es que la indecisión se aclare cuando los dioses de la musa los golpeen, permitiéndoles sentir la confianza para avanzar con su visión artística.
A veces esa táctica funciona, pero no es confiable.
La mayoría de las veces, cuando esos artistas menos experimentados regresan, el canvas sigue ahí, mirándolos con esa odiosa sonrisa burlona; y por su parte los dioses de la musa continúan brillando por su ausencia.
Los artistas más experimentados, por otro lado, saben mejor.
Como me dijo una vez un mentor cuando expresé algunas inseguridades sobre una decisión que tenía que elegir en mi vida personal: "Jason, siempre será más fácil dirigir un carro que ya está en movimiento, comparado con uno que está estacionado."
En este sentido, el artista más experimentado comenzará a hacer algo con el canvas en blanco.
Dibujará algunas líneas, salpicará el fondo con algún color, hará algunos garabatos y conjurará formas al azar.
Lo que sea; simplemente comenzará a interactuar con el canvas vacío de una vez y por todas.
Para un observador externo, tal procedimiento parecería sin dirección.
Y la afirmación sería acertada: en esta etapa inicial, a veces el artista está perdido, y no parece haber un progreso real.
Sin embargo, pronto algo muy interesante comienza a suceder.
Como explica José Saborit en su libro “Lo que da la pintura”, pronto comienza a desarrollarse un diálogo entre el artista y el canvas.
Un diálogo en el que ambas partes se informan mutuamente sobre lo que tiene que suceder a continuación, qué cambios se deben hacer, qué no encaja, dónde cada parte tendrá que comprometerse y cuándo las cosas llegarán a su fin…
De repente, el vasto océano de alternativas que primero se encontró se hace más pequeño, más manejable y menos intimidante.
Cada acción se vuelve entonces más segura con el tiempo, a medida que se gana más experiencia y sabiduría interactuando con el canvas, la realidad presente y, en última instancia, la única que importa.
Finalmente, las cientos de alternativas se reducen a una, y el camino se vuelve claro. El artista finalmente ya no está perdido; ha encontrado su camino.
Decir “NO” es decir “SÍ”
Cuando lo pienso en retrospectiva, diría que la etapa exploratoria de mi proceso de pintura es la más gratificante.
La razón, creo, es esa interacción sin compromiso y juguetona con diferentes potencialidades.
Por supuesto, como se dice: hay un tiempo para jugar y un tiempo para trabajar (aunque creo que el juego y el trabajo no necesariamente se excluyen mutuamente, pero tú me entiendes…).
Con esto quiero decir que el miedo a perder la libertad de seguir explorando otras opciones debe madurar a una resolución comprometida para desarrollar y disfrutar los frutos que muchas veces solo vienen después de una dedicación larga y sostenida con algo.
Incluso en el arte, que es muy, digamos que “juguetón” por naturaleza y que te permite una flexibilidad que pocas otras áreas de la experiencia humana te pueden proporcionar, llegará el momento en que necesitarás comprometerte con alguna visión artística y desarrollarla completamente.
Imagínate ver cientos de películas que nunca terminaste de ver. ¿Cómo podrías decir que disfrutaste alguna de ellas al máximo?
Como explica Greg Mckeown en “Esencialismo: Logra el máximo de resultados con el mínimo esfuerzo”, siempre te encontrarás con un intercambio: decir “No” a algo es decir “Sí” a otra cosa.
Porque, por más capaz que creas que eres, no podrás hacerlo todo.
En algún punto tendrás que detenerte y tomar la difícil decisión de decir “No” a muchas opciones aparentemente buenas para enfocarte y decir “Sí” a la que realmente crees que es la mejor, y así seguir marchando hacia adelante.
Por muy restrictivo que parezca, es necesario.
De todos modos, siempre hay una cantidad limitada de tiempo, energía y recursos que uno puede utilizar en un momento dado.
Entonces, ¿por qué no ser proactivo ante esta situación y tomar tu propia decisión sobre cómo dirigir tus recursos finitos?
Te sentirás menos limitado si esta decisión de comprometerte con algo viene desde adentro, como una decisión deliberada y consciente, en lugar de que te la impongan por la fuerza.
Evita ser reactivo; se proactivo: da el primer paso, establece tú los términos.
Conclusión
Hubo un experimento que se describe en el libro “Arte y Miedo” de David Bayles y Ted Orland, donde dividieron una clase de cerámica en dos grupos. Un grupo iba a ser evaluado por la calidad de una sola pieza, y el otro por la cantidad de piezas que entregaran.
Calidad versus cantidad.
Al final, los mejores jarrones realmente vinieron del grupo evaluados por la cantidad, no del grupo de la calidad.
A través de la práctica repetida y de prueba y error, el grupo de la cantidad mejoró y desarrolló sus habilidades de manera natural.
Mientras tanto, el grupo de la calidad se paralizó por el sobrepensar y el perfeccionismo, a menudo produciendo trabajo mediocre a pesar de enfocarse en hacer una sola pieza "perfecta".
En este sentido, la vida es bastante parecida.
La mayoría de nosotros somos como el artista que no está seguro de qué crear, pero que está seguro de que simplemente interactuando con el canvas en blanco de la vida, comprometiéndose a confiar en el proceso y escuchando lo que se revela en el camino, la imagen eventualmente se hará clara.
Como los ceramistas enfocados en la cantidad, nuestro crecimiento y claridad no vienen de esperar por el momento perfecto, las circunstancias perfectas, sino de comprometernos de todo corazón con nuestras propias vidas, explorando, aprendiendo y ajustando a medida que avanzamos.
Como mencioné en un artículo anterior, "Haciendo las paces con tu vida", todos tenemos la obligación de darle a nuestros corazones la oportunidad de descubrir aquello por lo que realmente vale la pena vivir.
Si ya lo encontraste, felicidades. No hace falta que sigas perdiendo más tiempo explorando. Quédate con eso y no dejes que una ambición innecesaria mate el alegre sabor de tus frutos.
Si aún no has encontrado tu respuesta, sigue explorando. Tu respuesta puede estar a unos pasos más adelante de donde estás ahora. Solo mantén los ojos bien abiertos y escucha con atención.
El camino se va a ir aclarando eventualmente.
Y tienes razón: nunca podrás explorar todas las alternativas habidas y por haber, ni siquiera experimentar a cabalidad todo sobre aquella alternativa que sí estás experimentando.
Pero las que sí tengas la oportunidad de explorar, aunque sean cortas, van a ser un pedacito del rompecabezas que eres tú.
Pronto comenzarás a juntar todas esas piezas del rompecabezas de ti y vas a entender mejor quién eres y qué representas.
En ese momento, vas a empezar a apreciar la obra maestra más grande e importante que hayas realizado: aquel en quien te has convertido por el camino.